Procuramos cruzar los pasos fronterizos a la mañana, bien temprano a ser posible, ya que los funcionarios están relajados y apenas nos retienen.
Así que al llegar a Azaaz, el último pueblo antes de la muga, buscamos un sitio recogido para montar el campamento, y aplazamos para el día siguiente la entrada a Turquía. Como suele ser habitual en este país, un alma caritativa nos invita a dormir a su casa.
Todo iba sobre ruedas, hasta que a la policía no le entramos por el buen ojo (sucede a menudo) y nos obligan a ir hasta la frontera ya con la noche encima.
La zona es un patatal y encima llueve, vemos una mezquita y allá vamos.
Primera entrega:
Media hora después:
Una hora después:
Entre cantos, rezos y algún empujón, fue imposible pegar ojo. La traca final, con la oración de las cinco y media de la mañana acabó con nuestra resistencia a salir del saco.
Muertos de sueño y frio entramos con más pena que gloria en Turquía.